Por Nicole Wood, directora auxiliar del Centro de DHS para Alianzas con base de fe y comunitarias
Cuando fui testigo por primera vez de la trata humana, no existía un nombre para ello.
En aquel entonces, yo trabajaba en Brasil como misionera y vivía en sus favelas. Las condiciones que se vivían en esa comunidad serían extrañas para la mayoría de los estadounidenses. Allí conocí a personas que empezaban el día caminando por suelos de tierra y solo podían contar con el agua de lluvia para saciar su sed. Para sobrevivir, trabajaban y comían en un vertedero.
¿Qué haría usted si no tuviera cómo poner comida en la mesa? Cuando nuestras necesidades básicas no están cubiertas y no tenemos a nadie a quien pedir ayuda, somos más vulnerables a la presión de los demás.
Impulsadas a tomar decisiones por los estómagos vacíos y el miedo, muchas de las personas que conocí en las favelas se vieron obligadas a traficar con drogas o sexo sin apenas poder ser libres. Trabajé para cambiar su difícil situación con varias organizaciones internacionales que prestan servicios para ayudar a las personas abusadas.
Ser testigo de estas condiciones me abrió la mente. Empecé a comprender que la trata humana es a menudo un problema subyacente, es un síntoma de cuando hay necesidades que no son satisfechas y de otras causas fundamentales que afectan a las comunidades. Esencialmente, estas personas se convirtieron en víctimas de la trata humana porque hacían cualquier cosa para sobrevivir.
Durante la siguiente década, trabajé para varias organizaciones en EE. UU. para ayudar a estos sobrevivientes a salir de su difícil situación y abordar el problema desde su raíz.
Las cosas empezaron a cambiar cuando se aprobó en EE. UU. la Ley de Protección de las Víctimas de la Trata y Violencia de 2000 (enlace en inglés). Antes de la ley, cada estado o jurisdicción informaba de este delito de forma diferente, o no lo informaba en absoluto. De repente, pudimos ver toda la magnitud de la trata humana y comprender todos los problemas subyacentes que la causan.
Los datos recopilados a lo largo del tiempo también empezaron a revelar algunas tendencias, entre ellas que las personas de color tienen más probabilidades de ser víctimas de la trata humana. El informe de la Línea Nacional de Denuncia de Trata Humana de 2018 (enlace en inglés) indicaba que las tres razas y etnias más denunciadas por las víctimas eran la latina, asiática y negra.
Una cosa, sin embargo, no había cambiado. Antes de que la trata humana tuviera siquiera un nombre, los grupos religiosos y comunitarios estaban en primera línea para prevenirla y ayudar a las víctimas a recuperarse. En mi trabajo, vi cómo estas organizaciones se centraban en atender a la persona en su totalidad, contemplando todas las necesidades, desde las físicas hasta las psicológicas y espirituales.
Estos esfuerzos destacan la importancia de la comunidad en la lucha contra la trata humana. Es la base de muchos de los ideales del Centro de DHS para Alianzas con base de fe y comunitarias y del trabajo que realizamos con la Blue Campaign (Campaña Azul) de DHS. Juntos, hemos trabajado para desarrollar recursos y materiales gratuitos para diferentes públicos, como los jóvenes o los equipos de respuesta a emergencias. Estas herramientas ofrecen a las comunidades de todo el país y del mundo la posibilidad de continuar el trabajo que realizan para prevenir la trata humana.
Entonces, ¿cómo puede ayudar a detener la trata humana a nivel individual?
Cada persona tiene el poder de ayudar a combatir y prevenir esta atrocidad. Puede empezar por recibir o impartir adiestramientos en línea (enlace en inglés) que le ayude a reconocer los indicadores de la trata. También puede descargar o pedir la tarjeta indicadora de Blue Campaign (disponible en muchos idiomas) para llevarla en la billetera o el bolso como recordatorio de cómo denunciar el delito a las autoridades y reaccionar ante los signos comunes que podrían indicar que alguien que conoce está en apuros, como:
- Si la persona parece desconectada de su familia, amigos, organizaciones comunitarias o casas de adoración.
- Si la persona ha dejado de asistir a la escuela.
- Si la persona tuvo un cambio de comportamiento repentino o drástico.
En mis 23 años de trabajo en este campo, he visto lo que la desesperación puede llevar a hacer a una persona, pero prevenir la trata humana no es tarea de una sola persona. Es necesario que todos nosotros estemos velando por las necesidades y los derechos de todos en nuestras comunidades. Nuestra concienciación puede cambiar la vida de las personas vulnerables para que nadie tenga que sufrir mientras persigue la más básica de las necesidades humanas.
Puede visitar la página web de Blue Campaign de DHS para obtener más información sobre la trata humana y los recursos disponibles para su comunidad (enlaces en inglés).
This article ran in Christianity Today on Jan. 24, 2023.